Después de un necesario parón para dedicarme prácticamente en exclusiva a los exámenes finales del curso, quiero retomar este blog desarrollando mi opinión acerca de una sensación que me gustaría compartir. Es ya largo el tiempo que llevo experimentando esta “lucha de poderes” que da título a esta entrada en los estudios de ingeniería en España.
Últimamente, por acontecimientos más recientes y concretos, quizás sí que he notado más este enfrentamiento de intereses. Siempre he estado ligado, por convicciones propias, al trabajo voluntarioso y (en mi opinión) muy sacrificado pero recompensable a la vez que supone formar parte de la representación de los alumnos, de tus compañeros. Por mucho que siga evolucionando y aprendiendo en estas labores nunca dejaré de sorprenderme por ciertas cosas, algunas para bien, pero en su mayoría para mal.
Y es que me cuesta entender, hablando en términos generales y sin meterme en ejemplos concretos, que en esta profesión que esperamos desempeñar en un futuro (y que no se entiende sin el trabajo en equipo) pueda haber sin embargo tantísima competitividad entre nosotros, entre compañeros. Personalmente, la he notado muchísimo más en mi actual titulación, la ingeniería de caminos, canales y puertos (con muchísima diferencia), que en mi anterior carrera, la ingeniería técnica de obras públicas. Supongo que también hay demasiados condicionantes propios de cada titulación, momento y lugar para ambos casos que precisamente no permiten compararlos. Soy consciente de ello y por eso no pretendo con esta entrada comparar nada sino opinar genéricamente sobre el tema principal.
Está claro que parte de esta competitividad viene alimentada por parte del profesorado, que nos exige cada vez más, no sólo en volumen de trabajo, si no también en calidad y diferenciación. Entiendo igualmente que en el futuro, entre distintas empresas, deba existir la competitividad como mejora de la calidad, del precio, de los plazos y de mil cosas más que son muy importantes en esta profesión. Lo que no logro comprender es esta lucha que algunos compañeros se toman como algo personal, pretendiendo obtener una ventaja sobre los demás y aprovecharse de ella no compartiéndola en lugar de buscar esa posición más elevada con otras dotes.
No obstante, también quiero reconocer la existencia de grupos de trabajo, quizás algo más pequeños y desperdigados, en los cuales sí se respira auténtico compañerismo, ayuda desinteresada y sentimiento de comunidad. Éstos son los valores que, en mi humilde opinión, deberían inculcarse incluso (o sobre todo) en estudios de ingeniería.
Confío en que poco a poco esa vieja idea de prepotencia que tradicionalmente el ingeniero de caminos ha desarrollado y mantenido para tener el respeto y admiración de la sociedad consiga ir a menos. Quizás esta crisis económica que también está tocando severamente a nuestro gremio consiga al menos plantear serias dudas sobre todo a aquellos que se creían que eso de “superior” era algo más que un apellido para su titulación.
Y ahora es cuando me alegro de haber cursado primero una ingeniería técnica y a continuación sumergirme en la actual y siempre apasionante ingeniería de caminos, canales y puertos.